Un recuerdo y un homenaje al P. Manuel Marzal SJ luego de su partida, el 16 de julio de 2005. Sacerdote, maestro, gran amigo, dedicó su vida al Perú, a la Iglesia, a la Universidad Católica y –en los últimos años de su vida- a la fundación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Siempre fiel a su compromiso con el Señor y con la Compañía de Jesús.

Terminada su formación jesuítica, que lo llevó por Ecuador y México, fue director de Investigación del Instituto de Pastoral Andina (del cual fue uno de los fundadores). Luego, fue también el primer director del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Pastoral (CAAAP), fundado por los obispos de la región amazónica.

Manuel Marzal fue un importante intelectual. Era considerado una de las principales autoridades sobre religiosidad popular en el Perú y América Latina. Sus primeras obras trataban de la cosmovisión de los campesinos en el sur andino y en el norte del Perú. Más tarde, escribió una historia de los estudios antropológicos en México y el Perú. Una de sus obras más importantes, un estudio clásico y pionero, fue La transformación religiosa del Perú (1983, 1988), que abarca los siglos XVI y XVII.

Escribió también extensamente sobre las nuevas religiones en el Perú. Una de sus obras estudia las distintas confesiones y variedades de religiosidad (protestante, católica y no cristiana) en El Agustino, uno de los más antiguos barrios populares de Lima. En Tierra encantada (2002), analiza las múltiples manifestaciones de la religión en toda América Latina: desde el protestantismo histórico y fundamentalista hasta el catolicismo tradicional, popular y sincrético. Finalmente, el P. Marzal editó en dos tomos una antología de los escritos de misioneros jesuitas de la época colonial.

De la nota del P. Carlos Rodríguez Arana SJ, Provincial del Perú, en la época del fallecimiento del P. Marzal:

Nacido el año 1931, en Olivenza, España, Manuel María Marzal Fuentes SJ, ingresó joven a la Compañía de Jesús, con apenas dieciocho años, lo normal en aquellos tiempos. Muy muchacho vino también al Perú (1951) y desde muy pronto se hizo peruano. Si algo nos ha dejado Manolo como testamento vivo y valioso es el amor al Perú, a su mundo indígena, a los países latinoamericanos. Vivía y soñaba con una América Latina solidaria y consciente de su riqueza cultural. Estaba convencido que la fe que hace la justicia tenía que seguir siendo, como lo fue en algunos tiempos y sociedades amerindias, base de ese “mundo encantado” que Manolo supo recoger en sus obras.

Dedicó su vida por entero a la Universidad, a un quehacer universitario hecho de docencia, de estudio, investigación, de crear pensamiento, publicar trabajos, de hacer posible un ambiente colectivo para formar, etc. Esa fue su pasión con dedicación constante, férrea, disciplinada. Pasión por su trabajo, por la enseñanza en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Y su gran pasión, el motor que movía todo y hacía posible su vida, su vida religiosa en la Compañía. Manolo no podía entenderse sino como jesuita, como compañero de Jesús. Amaba a la Compañía, su historia, su pasado y su presente, estaba soñando siempre en su futuro. Por eso, cuando le pedimos que se hiciera cargo de nuestro Proyecto Universitario Antonio Ruiz de Montoya no dudó un minuto en aceptarlo, por sentido de cuerpo. Y por ética y sentido de responsabilidad, tampoco dudó en dejar la Católica, a la que amaba con toda su alma y había dedicado toda su vida como docente y a veces asumiendo tareas de autoridad.

También en la Provincia Peruana le pedimos en varias ocasiones que nos ayudara como Superior de comunidad en José de Acosta, Fátima, Desamparados. Fue consultor de varios provinciales y excelente colaborador en las Parroquias. Porque era un hombre de diálogo, de amistad, de aprecio mutuo, de hacer comunidad, un gran compañero capaz para crear un ambiente divertido y ameno a su alrededor, gracias a sus bromas, a su buen humor, a su manera de vivir coherente y radical. Le vamos a extrañar mucho, en casa y en la Universidad, porque nos facilitaba el disfrutar la vida, con su vivacidad.

Siempre le vimos frágil en su salud, con un cuerpo maltrecho y adolorido desde aquel accidente del tiempo de sus estudios de Teología. Pero su espíritu ha sido muy alto. Con él sabía sobrellevar dolencias y limitaciones, con paciencia, sin dejarse vencer ni dejar de trabajar. Hasta el final. Nos ha impresionado su deseo de seguir yendo a la Universidad hasta hace pocos días.

Ha sido un hombre firme. Apasionado con la realidad del Perú y entregado al servicio de la misión. Sereno en las controversias y exigente en las responsabilidades. Debemos dar muchas gracias a Dios por este hombre de “centro radical” que ahora se nos ha ido a la derecha del Padre.